jueves, 3 de abril de 2008

Silvio Mattoni


















el primer impulso

Quisiera descuidarme de mí mismo
como la primera vez en que algo raro
me agarró de los pelos y me puse
a escribir, solo, sin ningún motivo.
Cuando reaccioné, había pasado
casi toda la tarde. En la calle
mis amigos se estaban despidiendo,
y me asomé al balcón, pero no quise
gritarles. Hacía poco, me habían
separado del coro del colegio
porque me abandonaba mi registro
de contralto. Empecé a estar absorto
contemplándome. ¿Qué era esa cosa,
ese murmullo incesante, quejumbroso
o felizmente escéptico, fluyendo
en mi cabeza apenas las acciones
se demoraban? La única forma
de parar eso era pinchar el tubo
y hacer correr la tinta hasta que el chorro
disminuía. Pero aquel rapto
en la siesta de un barrio silencioso
no vuelve ahora. El pensamiento impone
su red de frases, aunque aún espero
que la repetición no sea imposible.


domingo en el campo

¿De dónde viene el tono agudo, la forma
en que me afecta un anónimo
cuarteto de cuerdas captado al azar
de las frecuencias moduladas, viajando
en medio de las sierras? Entre los ritmos
repetidores que aturden, de pronto
esa incisión moderna en el oído
musicalmente poco cultivado que transmite
la anulación de todo lo importante
para mí, llevándome a mirar
la suavidad de aquellas lomas erosionadas
que me recuerdan algo. Manejo, vuelvo
de un campamento con mis hijas en San Marcos
donde el viento nocturno de abril
enfrió rápido todo y desarmó
una de las carpas. Tuvimos que dormir
las tres nenas, mi mujer y yo
en la más resistente, apretujados
contra la furia desatada de un momento
de la naturaleza que en verdad
no se apasiona por nada. Ya dejamos
atrás la aventura intensa para ellas,
la que quisiéramos y nunca volveremos
a tener. Pero compartimos la risa
por un instante, aunque después resurjan
nuestros tan dominantes pensamientos.
No perdamos de vista ahora el verde
claro a los costados de la ruta, la idea
de que no siempre estaremos aquí, traída
por estas cuerdas en un disco de algún loco
refugiado en su pueblo donde piensa morir,
aunque no se animó a retirarse
del todo y usa la radio para dejar
este mensaje sólo a nosotros dirigido.
Volvemos, pero: ¿acaso también volverá en vos
aquel llanto infantil que me causaba
el adagio subiendo hacia lo agudo
y elevándose absurdamente en un completo
vacío? Por suerte ellas no dejan
de jugar y charlar y canturrear
en el asiento de atrás: son un sentido
para que siga hablando y aun para el melómano
que puso solitario su cuarteto, el resto
no es más que las palabras. Sin embargo,
tuvimos suerte, fuimos educados
para escuchar. La mayoría mastica
los compases más pobres de la muerte.
Volvamos a los libros y al trabajo,
dejemos ya su abolición sonora.


historia natural

I

Era el fin de semana, me acostaba
tarde y en la noche un chillido
sonaba encima, arriba. ¿Qué
podía ser? Seguimos escuchándolo
al otro día. ¿Un pájaro, un murciélago,
el viejo emblema de la ambición
desmedida? Después de todo, no era
más que una rata alada. En la segunda
noche debí admitir que era un gatito,
acaso tan pequeño que su tórax
de mamífero abandonado no llegaba
a hacer resonar el llanto. ¿Iba a morir
sin que yo hiciera nada? Con desgano,
había subido al techo, no veía
ningún hueco que explicara la innegable
presencia del animal sobre el cielorraso
de la habitación. Dormí solo, ella
no podía aguantar aquel quejido
intermitente y que me daba sobresaltos
con cada interrupción. ¿Estaría muerto
ya? Un maullido agudo, como de lucha
del ínfimo felino con la sombra
implacable, me despierta y respiro
aliviado cruelmente porque aún
eso allá arriba estaba vivo. Era difícil
sostenerse impasible, los filósofos
se aplican ellos mismos la tortura
de cuidarse. Entre dormido y soñando,
pero como si anotara la frase, oí
la voz de uno, rockero, que inducía:
“aprendé a ser duro niño-esposo”, y yo
me negaba a volverme lo que era:
un disciplinador de animales y niñas.
Finalmente, vino un tipo más real,
con herramientas, que levantó el techo
de cinc y encontró al gato:
un color leonado y una cara flaca
que desmentía su especie, los ojos
me miraban, celestes, ¿me decían
que era pura vanidad abandonarse
a la creencia de que entre uno y otro
no había más que indiferencia? ¿Cómo
había llegado ahí y había sobrevivido
dos noches solo, sin comer, un lactante
como el que todos fuimos? Desatendí
el llamado, postergué el rescate, pero
al fin te vi, te buscamos un exilio
más dichoso. Apenas el contacto de la piel
calmaba tu graznido de pájaro con pelo.
Antes, al escucharte dos noches en un sueño
entrecortado, sentí ya el chorro
de algo que se niega a darse por muerto
y entre la sombra indiferente brota
hacia el sueño aún caliente de otras vidas.
Desde tu pesadilla abandonada, gatito, viniste
y otra vez me di cuenta de que somos
un mismo hilito de espasmos en lo oscuro
donde cazamos, copulamos y buscamos
hasta el último día lo que no tenemos.

De El descuido, Ediciones Recovecos, Córdoba, 2007.

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