jueves, 20 de diciembre de 2007

Silvia López


















Virrey del Pino y Amenábar, 4 de julio de 2000

Vendido
leo desde el café
de hacer tiempo los martes
y en el balcón, el cartel
señala el drama microcósmico
de la viuda que riega amorosamente
las macetas.

De no ser por el cartel
yo no sabría que las macetas no caben
en el cuchitril adonde se mudará
ni que se despide de sus cosas con estoicismo
pues ha empezado el camino de la reducción
(los anillos, los recuerdos, los trajes del marido
la casa, el violín de su padre, la TV por cable)
hasta que un día quede resumida
en el talco de sus huesos

no sabría yo que apenas conoce al nuevo dueño
sólo del trámite ante escribano público
pero le deja las plantas
como le gusta a ella tenerlas,
como un mensaje al futuro.

Entonces sé qué va a ocurrir
como sé que la viuda que riega las plantas es viuda

(por qué no sé estas cosas cuando estoy en otra parte)

las plantas no serán del gusto del nuevo propietario
las azaleas, los geranios,
la compañía de segunda mano que implican esas flores
(y si hay compañía es por contraprestación de soledad)
o tal vez otra cosa de viejas que él no sabrá comprender.

Ahora pasan debajo del balcón
dos chicas fumando
una señora se detiene a mirar los zapatos
que ha de arreglar el remendón de la planta baja

(los zapatos también se irán renovando
como el que se sienta a esta mesa
observatorio del café)

pasa una chica con un perro
y el perro va y orina el umbral del remendón
para ampliar la concepción de su universo
como un emperador chino habrá ido ampliando
lo tangible de su imperio
agregando marcas en el mapa

el afilador en bicicleta
el sacerdote, la monja, el rabino
todos los oficios y todas las convicciones
todas las indecisiones
pasan debajo del balcón de la viuda

hasta las otras viudas pasan

todo lo veo desde el café de enfrente
con la clarividencia que inspiran los cafés.

Una mujer prueba sombreros
en la boutique de la esquina
su coquetería me distrae
de la coquetería que la viuda
ponía en las flores del balcón

vuelvo a mirar hacia allí
y la persiana cae, respetuosamente
saludando a un cortejo fúnebre
que la viuda sólo a mí
me deja ver.

De la serie “Por qué no sé estas cosas cuando estoy en otra parte” (inédito)



Cuándo yo,
la verdadera,
si ahora
mirándose a la cara
con la dedicación eterna
de la anfisbena
cree encontrar su símbolo
y luego lo intercambia
con la misma devoción
por monedas falsas
para ir comprándose otra vez
por fracción
en todos los puestos de las ferias
en tiendas de ocasión
regateándose en cómodas cuotas.


§


¿Y si me estoy muriendo?

Si me estoy muriendo
¿qué?
No se me ocurre nada
pero nada de nada.

Suelta la lengua, corazón
rómpete el alma
mata de una vez
a esas neuronas
frígidas
y hazlo bien
con la pasión
de Juana de Arco.

Ellas, cosita tan pequeña
que hasta darían ternura al microscopio
eléctricas como árbol de Navidad
arborescentes como una invitación
a la niña del bosque
mientras se hacen
las mosquitas muertas
en su red de telaraña.

Ellas, las que matan el delirio.
Ellas, las que me están matando
si me estuviera muriendo.

De la serie “Casa de diálogos” (inédito)

1 comentario:

©Claudia Isabel dijo...

Silvia, te felicito por los poemas. Me he deleitado leyéndote!
Besos