
En el cuarto no hay nada
salvo una cama ligeramente en declive,
un interruptor de luz que rara vez funciona,
mesa, papeles y libros amontonados en el piso.
Aquí estamos, desde siempre, el niño que fui
y el que soy, y el rezo algo roedor
de un grillo encerrado en el ropero
§
Medianoche: olor de tormenta en el aire.El pasto, ayer cortado, segrega un jugo verde.
Confunde el grito de los pájaros.
Un convoy de hormigas se lleva mi casa.
Apago la lámpara y camino, callado, el campo.
Una voz nueva puede, quiere
sucumbir a su catástrofe.
§
Tan cerca, aventurándome en el sueño
vuelvo a encontrarte
pájaro de hojalata
escarabajo alcalino.
Pocos habrán sorteado la tormenta
sin perder el rumbo, pocos
puestos a elegir
confiarían tanto en su sino,
y arrojarían todo por la borda.
§
Toda la noche, tus ojos abiertos
son dos antorchas severas
que guardan mi morir. Antorchas,
segures: tu dolor no perdona
y se hace uno con mi cuerpo.
Puedo sentirlo, palparlo en mis entrañas.
Vengo de tu dolor, y hacia él me vuelvo,
cada vez más liviano, cada vez más niño.
§
Nada más cuenta dijiste
para quien oye llover.
Como el agua marca las paredes
como alguien arrastra un piano
contra la corriente,
así de incurable y torpe
cada tanto vuelve nuestro amor.
§
Sé de un pajaro- dijo
que no va a ninguna parte.
Pájaro como un catre plegable,
desenrollado en la mecánica del dormir,
como un caballito color gamuza
-ojos azul eléctrico y una crin enmarañada
de fuego- huyendo al galope,
con algunas torpezas, hacia la colina.