jueves, 4 de octubre de 2007

Osvaldo Bossi























Mi amigo Raulito

No sé cómo hace la gente
para separar las aguas con un cuchillo.
Yo siempre tuve de la amistad
una idea muy rara, o no tuve
ninguna idea, como si de mi corazón
y de mis pensamientos
brotara una ramita común y silvestre
y al rato --al mes, al año—de la misma rama,
del mismo árbol, volvieran a caer
no sé qué frutos delirantes.

*

A veces
los llevaba a dormir conmigo,
en mi cama. O cruzábamos el alambrado
y nos metíamos
en el campito de la esquina
donde los árboles se balanceaban todo el tiempo
con un silencio más o menos
benigno y atronador.

La gente no sabe
las cosas que se cuecen en esas aguas, o lo sabe
y se olvida enseguida
para no pasarse la vida entera
escuchando el ruido de ese taladro insistente
que no nos deja dormir, morir
y mucho menos soñar.

*

A mí me hubiera gustado olvidarme
de Raulito Lemos,
de su pelo negro y azulado, un poco
apelmazado en la nuca,
de su mirada de ojos chiquitos y saltones
pidiéndome todas las noches lo mismo.
No que lo quisiera (porque mi cariño
estaba a la vista) sino que me inclinara en esa tierra
que se extendía bajo las estrellas,
peligrosamente, junto a él.

*

De día, en cambio, en el mismo
escenario vacío
jugábamos a la pelota.
Había en aquellos gritos, en aquel desafuero
el revés de una calma
donde otros animales embotados, casi perdidos
vertían sus preciosas mieles
en el cañaveral.

Con Raulito
no sabíamos qué hacer,
cómo irnos
o cómo quedarnos.
A nuestro alrededor flotaban
toda clase de élitros.
Tocábamos el aire o lo bebíamos
a grandes tragos
pasándonos de mano en mano
una invisible cantimplora.

*

La luz
como un telón de fondo,
como una cama amplia, de dos plazas
donde caíamos los dos.

Es cierto que alguien, antes
me había dicho que no lo hiciera,
que por ningún motivo
me bajara los pantalones
si otro chico me lo pedía.
Lo que no puedo acordarme, ahora
es quién se lo pidió a quién...

Cimbraron un poquito las cañas.
Parados al principio
y en cuclillas, luego
nos entregamos a una suave fricción
donde uno se olvidaba de sí mismo
y se encontraba en el otro,
donde tocar el sexo de Raulito
no era lo mismo que tocar mi sexo,
aunque fuera lo mismo.

*

Para mi bien y para mi mal
cerré los ojos y pensé
que si el mundo entero reventaba
finalmente, por los cuatro costados
no tendría la menor importancia.

*

Sin embargo, mi casa
aunque tambaleante, seguía intacta.
No tenía otro remedio que estudiar
la lección de historia
y calcar un mapa que contuviera
los ríos y las montañas del Africa.
Pero como no veía bien, inventé
toda clase de nombres y de afluentes
que imperceptiblemente me fueron alejando
del Africa real.

Para volver y encontrarla, no tuve
no tuve mejor idea que acudir a la ayuda
de una pequeña lupa de juguete
como Sherlok Holmes.

*

Pero, como siempre
yo me había propuesto una cosa
y el amor había dispuesto otra.
Llevé mi lupa, parecida
a un tesoro fragante, hasta el campito de la esquina
porque quería estudiar –le dije, muy seriamente
las nervaduras de las hojas
y el previsible y sin embargo extenuante
comportamiento de las hormigas.
Pero no lograba ocultarlo
o ya no había nada que hacerle: el foco
redondo y vibrátil
hacía agua por todas partes
buscando el rostro de mi amigo Raulito
brillante como una moneda de oro
al atardecer.

*

Esperé a que cerrara los ojos
y se durmiera.

Es raro, pero
apenas acerqué el cristal
la respiración también se agrando,
venciendo el peso enorme
que a nuestro alrededor tenían
los árboles de eucaliptus.

Mi lupa
era un objeto mágico, lo sé
que recorría de lado a lado
su inmenso cuerpo
en porciones cada vez más cercanas, más nítidas
e inaccesibles.

¿Qué hacer?

Con miedo de perderlo
para siempre, acerqué
como un ciego la punta de mis dedos
hasta sus labios
y lo acaricié muchas veces.

Tocar es mejor que ver, me dije
en ese instante súbito
entre la pérdida y la realización.
Mientras tanto, Raulito
dormía
o fingía dormir.
No afuera, sino adentro de su pecho
cantaban a todo vapor las chicharras.


De El muchacho de los helados y otros poemas,
Bajo la luna nueva 2006.

4 comentarios:

Selva Dipasquale dijo...

Qué poema tan bello, Osvaldo...intenso... y emociona. un beso. Selva

principio de incertidumbre dijo...

He leído todo el libro y me dieron muchas ganas de llorar.

Me gustó mucho.

Anónimo dijo...

muy aputado

Martín dijo...

Como me gustan los poemas de Osvaldo!! Voy a tener que chusmear acá más seguido, no quisiera perderme a Casas o a Durand.

Abrazos chicos!