miércoles, 12 de noviembre de 2008

Cristian De Nápoli


















La vida de pueblo como presunción del poeta urbano

Callado como pájaro en un mostrador
va el poeta urbano buscando su pueblo, al que se lo imagina
en día de feria, las rutas llegando
a través de limaduras de carro,
frutas en finos cajones,
camiones con tanto bulto simétrico y color
como una góndola, crujir de walkie-talkies, la chinería fluvial
de las hijas terribles de los hippies, los padres indagando
de varias formas contenidas todas en autos bermellones,
los amigos y hermanos con sucesos interiores
en otro mundo, los puesteros fijos, los turistas pestañeando,
las artesanías de un lado a otro de la calle a pleno sol.

Rechazo le genera
el optimismo apolítico para con las ciudades.
Hoy es el día en que lo que hace
no apunta a fomentar la temeridad.
Sí a preservarla. Por eso, además de imaginar
el fabro va al pueblo, busca un árbol, el mismo que curtió
su piel, sabe que un raspón no es caída,
que un raspón no es nada, que una caída
no siempre llama al descanso y menos al abandono.

Llega temprano y, en efecto, ahí está todo.
A la orilla de la plaza se abre el camino por donde el sol
no da la tregua que se supondría. Al fondo los motores
pasado el grueso de los parabienes y las presentaciones
respiran del sobreactuado hermetismo
de sus pilotos, los rockeros agropecuarios.
Bordeando la feria están los árboles desde donde alguien
en el acto de asegurarse una pera
ve por primera vez a su pueblo desde afuera.
Ve también un lagarto y un inmenso salón.
Es hora de irse del árbol pero no por las ramas.
Pronto le toca tropezar con la belleza
y a la vista de todos llamarla la escondida
de puro gusto, sin sacarle una moneda
a la confianza mundial en las artesanías.

Ese alguien es un chico que al poeta urbano
le cae como anillo al dedo, como el tipo de caída
que se imaginó para el séptimo día: trabajo, trabajo
y un alma gemela aunque con mayores atributos
para carecer de dios. Hijo, tengo treinta,
dice la música que el poeta va escuchando,
eso es vida, nada de transpirar en la oscuridad,
dice el poema que el viajero no escribió.

Y pasan las horas desde que el primer tren interurbano
renovó su llegada para alegría inconfesa
de un orfebre que señala que la vida en sus piedras
es lo que importa, la forma no.
El tren desde una isla remota.
Rechazo le genera al poeta de industrioso interior
ese artesano que lleva la espontaneidad a sus obras,
ha de ser muy precavido, piensa, no sólo en sus ratos de ocio
sino hasta cuando bebe o hace el amor.
Así las cosas, no es de extrañar que se cuele –parte del show–
la oración pesimista ante las ciudades.
La guitarra es la misma que en las ciudades
siempre toca un éxito. Oírlo hablar de su profesión
y no entenderle el oficio. Oír, en cambio, al chico del árbol
que se despacha sobre la bisutería,
sólo algo para dar, dice, ésa es su prolijidad,
algo antes que los rockeros pongan en marcha a sus hijas.
Dormir con ella de cualquier forma, contenido incluso.

Cuando la tarde se nubla
los visitantes incrustan la lluvia en su agenda, los locales
la postergan hasta la hora de inventar
algo de cenar. El poeta piensa en el camión
que ha de llevarlo de vuelta, piensa hasta que ve
que ese camión ya tiene dueños del acoplado.
Vuelca entonces la parte en la figuración,
curte el todo en el contexto y saluda
a los que entre cajones de fruta
charlan abrazados. Prueba el porro comunal,
el primero en un pueblo que se le hace ingobernable.
Ha alterado el poeta el orden del mundo, ha regalado
lo que se le pidió, no un hágase la luz
ni un paseo en fitito, sí un efecto mundano
para un monstruo que a primera hora
está llegando a la ciudad.

Gato

Falsa modestia, calle y calentura.

Lo veo
acaparar tu atención,
vos en el sofá sentada
él entre tus piernas. A la inspiración
no la veo venir
ni ser acaparada
por él ni por nadie.

Pero a él no le cuesta.
No le costaría.
Pensás que es un rito y es pura mecánica.
Egipto invade Grecia
y opera sin anestesia.

No tiene nada de animal.
Si hasta mira mal.
Mal en un sentido
sin contenido.
Los párpados borrados.
Los ojos blindados.

Un ovillo que se abulta si se suelta.

Entra y sale por una calle
donde nada vale. No hablo de estafa ni de rocanrol
pero su coloquialismo es un fraude, ¿estamos?

El ciclo

“Decí vi
…………………………………

¿Deciviste? ¿Dijiste vi?
¿Miraste al perro
volcar
sobre ese rodado?
¿Te pusiste
manos
a trabajar el rodado?
¿Te aplicaste?
¿Te injertaste
caligrafía?

El perro mueve con gracia
una mountainbike.
Decí ví.
Un don. La vi, sí.
El perro hace que ruede
estando echada.
Un don
para que la suerte
estando echada.

De Los animales, Bajo la luna, 2007

Julieta Lerman


















Hablabas, profe, el otro día
de ese libro que quiero leer
recuerdo haberlo tenido en un rincón
de una biblioteca vieja.
Después lo olvidé, olvido a menudo
qué significa
escribir hoy
el libro
es una caja
fuerte de lápices
un lápiz para cada letra: a, b, c, d, e…
tengo que escribir
lo que quiero leer.
Él se va en bicicleta
yo guardo en una bolsa
mi triciclo
y me voy caminando,
me hago la grande…

*
La cuevita de mamá
de agua dulce siempre lisa,
descansada,
no existe más.
Hay instantes fuera de todo,
fuera del tiempo,
lo más adentro
cada cosa que toco,
que miro
hacia ahí voy detrás
de ese polvo muerto de estrellas
cada mañana y renacido
en un vientre nuevo

*
Era una habitación con espejos partidos donde estábamos
----------------------------------------- -------/desnudos,
repartidos
en el techo las paredes las partes
quebradas
nuestros cuerpos.
Los gajos de tela de luz y los puentes,
las maneras de llegar,
se te habían caído
como si realmente
te hubiera desnudado.
En realidad se me habían caído a mí:
éramos los dos
ahí lo que éramos
solos
yo y mi cuerpo vacío
rebotando

*
Nos sentamos a comer
en el living lleno
de gente de tu casa
pero sólo comemos nosotros, los celíacos,
la tan poca comida
un poco de churrasco
y ensalada. Entonces les sacamos
fotocopia a las tartas de mañana
y mechamos unos bocados.
Te reís
te reís de que comamos
comida fotocopiada
pero insistimos:
el acto es todo
el puro acto
de estos días
sin gusto.

De París intramuros (El Surí Porfiado, 2008)

La luna está tan lejos y nosotros
pobres mortales entre piedras cabizbajos
siempre tenemos frío.
No se puede confiar en las palabras, se dan vuelta
como los barquitos de juguete en la fuente de la plaza
quedan flotando panza arriba como atónitos
en un día radiante
el agua los mueve apenas
aunque no están amarrados
a ningún lugar.

Inédito

Laura Wittner


















Cómo hacer cosas con palabras

El zeide Aarón, en sus últimos años,
me compró el María Moliner,
el Simon & Schuster’s y el Garzanti,
y en el cauce ídish del porteño
con un beso y un abrazo, sentenció:
“No te entregues tan fácil”.
Do not go gently. Rabia y risa, y después,
cartas vía aérea con su letra trabajosa.
Y a la vuelta, almuerzos sencillitos
en el silencio austero de su departamento.
Se murió, claro. Yo ahora hago buen uso
de las palabras que se ocupó de conseguirme.

El zeide Leo, a mis ojos,
vivió entre pajaritos enjaulados
y máquinas de coser.
No me habló: pero puso mi nombre
en hilo rojo de bordar, en gran cursiva
en una bolsa de tela azul marino
que se ocupó de fabricar.
Él se murió; yo seguí usando
la bolsa unos dos años más.
El zeide Leo, entonces, dice Laura.

La bobe Elena: “Tu papá está grave.
Esa verruga es venenosa.
Es un secreto entre nosotras.
No lo fastidies”. ¡Mentira!
Cantó, jugamos,
me mostró qué tiene de importante
la forma en que la luz decide
atravesar cada grupo de hojas
en hileras de árboles,
me convirtió al chocolate de taza
y me mintió.

La Baba Etia. ¿Qué palabras...?
¿Cómo armamos tanta cosa en siete años?
¿En qué tonos y voces?
Cruce fugaz, pero fulminante.
Sólo puedo citar: “No aguanto más.
Nunca voy a salir de este hospital”.
Yo huí por un pasillo blanco
oníricamente interminable.

Inédito

Volviendo de Charlone

Ahora el sol ejerce
su posibilidad aplastante de domingo a las cuatro:
así no hay forma de disfrazar el golpe
de estas ventanas fugaces cuyas escenas,
por congeladas, son peores.
La señora muy vieja de perfil
sentada a la mesa fuera de hora
mirando fijo hacia delante
y eso es todo.
Desde la calle cualquiera da por hecho
que esos ojos tan abiertos son horror
y ese gesto es el de haber abandonado
lo que alguna vez se supo, si se supo;
sólo estar proyectando
contra la caja hueca del televisor
pedazos de pasado (pero ¿qué es? ¿existió?),
presente en picadillo (pero ¿es así?
tal vez esa visión estática y temible
haya logrado componer,
o crea haber logrado componer,
finalmente algún sentido con todas esas partes).
Desconociendo ya
su perfil, el que se muestra.

Olvido

La arritmia con que comenzó el goteo
en algún momento de la noche,
la demorada comprensión de lo que era ese sonido;
el hundimiento, entonces, en sueños más remotos:
todo deshecho por este sol de mediodía,
cuya oferta incluye cáscaras de fruta,
carbón de oruga y algunas otras sequedades.

De Lluvias, de próxima aparición en Bajo la Luna

Eran tres los que leían

Eran más los que escuchaban

jueves, 6 de noviembre de 2008