jueves, 20 de diciembre de 2007

Walter Cassara


















En el cuarto no hay nada
salvo una cama ligeramente en declive,
un interruptor de luz que rara vez funciona,
mesa, papeles y libros amontonados en el piso.
Aquí estamos, desde siempre, el niño que fui
y el que soy, y el rezo algo roedor
de un grillo encerrado en el ropero

§

Medianoche: olor de tormenta en el aire.
El pasto, ayer cortado, segrega un jugo verde.
Confunde el grito de los pájaros.
Un convoy de hormigas se lleva mi casa.
Apago la lámpara y camino, callado, el campo.
Una voz nueva puede, quiere
sucumbir a su catástrofe.


§

Tan cerca, aventurándome en el sueño
vuelvo a encontrarte
pájaro de hojalata
escarabajo alcalino.
Pocos habrán sorteado la tormenta
sin perder el rumbo, pocos
puestos a elegir
confiarían tanto en su sino,
y arrojarían todo por la borda.


§

Toda la noche, tus ojos abiertos
son dos antorchas severas
que guardan mi morir. Antorchas,
segures: tu dolor no perdona
y se hace uno con mi cuerpo.
Puedo sentirlo, palparlo en mis entrañas.
Vengo de tu dolor, y hacia él me vuelvo,
cada vez más liviano, cada vez más niño.


§

Nada más cuenta dijiste
para quien oye llover.
Como el agua marca las paredes
como alguien arrastra un piano
contra la corriente,
así de incurable y torpe
cada tanto vuelve nuestro amor.


§

Sé de un pajaro- dijo
que no va a ninguna parte.
Pájaro como un catre plegable,
desenrollado en la mecánica del dormir,
como un caballito color gamuza
-ojos azul eléctrico y una crin enmarañada
de fuego- huyendo al galope,
con algunas torpezas, hacia la colina.

Silvia López


















Virrey del Pino y Amenábar, 4 de julio de 2000

Vendido
leo desde el café
de hacer tiempo los martes
y en el balcón, el cartel
señala el drama microcósmico
de la viuda que riega amorosamente
las macetas.

De no ser por el cartel
yo no sabría que las macetas no caben
en el cuchitril adonde se mudará
ni que se despide de sus cosas con estoicismo
pues ha empezado el camino de la reducción
(los anillos, los recuerdos, los trajes del marido
la casa, el violín de su padre, la TV por cable)
hasta que un día quede resumida
en el talco de sus huesos

no sabría yo que apenas conoce al nuevo dueño
sólo del trámite ante escribano público
pero le deja las plantas
como le gusta a ella tenerlas,
como un mensaje al futuro.

Entonces sé qué va a ocurrir
como sé que la viuda que riega las plantas es viuda

(por qué no sé estas cosas cuando estoy en otra parte)

las plantas no serán del gusto del nuevo propietario
las azaleas, los geranios,
la compañía de segunda mano que implican esas flores
(y si hay compañía es por contraprestación de soledad)
o tal vez otra cosa de viejas que él no sabrá comprender.

Ahora pasan debajo del balcón
dos chicas fumando
una señora se detiene a mirar los zapatos
que ha de arreglar el remendón de la planta baja

(los zapatos también se irán renovando
como el que se sienta a esta mesa
observatorio del café)

pasa una chica con un perro
y el perro va y orina el umbral del remendón
para ampliar la concepción de su universo
como un emperador chino habrá ido ampliando
lo tangible de su imperio
agregando marcas en el mapa

el afilador en bicicleta
el sacerdote, la monja, el rabino
todos los oficios y todas las convicciones
todas las indecisiones
pasan debajo del balcón de la viuda

hasta las otras viudas pasan

todo lo veo desde el café de enfrente
con la clarividencia que inspiran los cafés.

Una mujer prueba sombreros
en la boutique de la esquina
su coquetería me distrae
de la coquetería que la viuda
ponía en las flores del balcón

vuelvo a mirar hacia allí
y la persiana cae, respetuosamente
saludando a un cortejo fúnebre
que la viuda sólo a mí
me deja ver.

De la serie “Por qué no sé estas cosas cuando estoy en otra parte” (inédito)



Cuándo yo,
la verdadera,
si ahora
mirándose a la cara
con la dedicación eterna
de la anfisbena
cree encontrar su símbolo
y luego lo intercambia
con la misma devoción
por monedas falsas
para ir comprándose otra vez
por fracción
en todos los puestos de las ferias
en tiendas de ocasión
regateándose en cómodas cuotas.


§


¿Y si me estoy muriendo?

Si me estoy muriendo
¿qué?
No se me ocurre nada
pero nada de nada.

Suelta la lengua, corazón
rómpete el alma
mata de una vez
a esas neuronas
frígidas
y hazlo bien
con la pasión
de Juana de Arco.

Ellas, cosita tan pequeña
que hasta darían ternura al microscopio
eléctricas como árbol de Navidad
arborescentes como una invitación
a la niña del bosque
mientras se hacen
las mosquitas muertas
en su red de telaraña.

Ellas, las que matan el delirio.
Ellas, las que me están matando
si me estuviera muriendo.

De la serie “Casa de diálogos” (inédito)

Ariel Schettini






















El autito


Ahora me auto transporto con el auto por el que
Peleamos como si fuéramos parte de la burguesía
Como si no hubiéramos sido jamás
un mal chiste para la especie.

Me transporto y me llevo a otra parte,
Porque peleamos por el auto en un combate
Que involucró parientes, abogados y amigos.
Como si no hubiéramos sido para la clase
Una caricatura de institución burguesa.
La batalla, que no pasó de escaramuzas de las partes
y de dictámenes judiciales,
No incluyó sangre.
Pero yo hubiera denunciado
Destrucción total.

El decreto de Unión Civil era suficiente y
oportuno para demolernos.
Pero hicimos abstracción del cuerpo: forcejeamos por una cosa
como pelean los que tienen algo y los que tienen repuesto.
Y gané, claro, con dinero, préstamos y humillaciones.
Gané como los que siempre ganan:
sometiéndome.
Gané como se gana adentro de la civilización;
pidiendo clemencia y por favor
Y cumpliendo formas.

Ahora me llevo y me transporto en el botín de guerra típico
de la conyugalidad, del laberinto amoroso
Y de las demandas de divorcio.
Hey... alguna vez ese móvil fue una propiedad en común
¿te acordás?
Insostenible y evasivo, como el amor pactado.
Porque el desvío de ese matrimonio estaba inscripto
En el Registro Automotor.
Y solo, en la recta autopista, mientras escucho música,
entiendo que lo compramos
para escapar de nosotros.

Mi perro

Mi perro quedó en un “más acá” del pensamiento y no dio el paso.
Desde que llegó a casa asediaba los espejos
Y con ladridos amenazaba su imagen y la mía.
Nos protegía (a él y a mí)
De los intrusos gemelos apostados detrás de los vidrios:
Él y yo.
Y prevenía a esos espectros
De franquear nuestro territorio.

Yo traté de explicarle sin efecto
Mi versión de los hechos
(La representación y los principios de la óptica)
De este modo: el y yo no eran otros, éramos nosotros.
Y el reflejo no es necesariamente el enemigo.
Pero un día se agotó.

Lo vi llegar al borde de la comprensión
Y en el momento en que debía dar el salto a
La razón del todo,
El entendimiento del mundo, la nada, su doble y
El ser,
Simplemente se detuvo.

Ignoró la existencia del espejo
Y ahora, abrumado, los desconoce, como a un recuerdo humillante.
Rechazó el desafío de la lógica y quedó sumergido en la apatía
Y el problema que lo enloquecía
Se fue a un territorio nublado y gris de la ignorancia
En el proceso de madurez.

Como si ahora ya no fuera un problema, como
“superado” por el análisis,
Postergó esa batalla indefinidamente
Y se quedó, entonces, con las otras cosas:
El amor sumiso, la voracidad de un mendigo, el agua, la sed
Y la rutinaria alegría que cree inexcusable demostrar
Cuando llego a casa del trabajo,
A pesar de que dejo a la vista, cuando me voy, una foto
En la que estamos juntos.

Inéditos

Eran tres los que leían


Eran más los que escuchaban